Hasta que la cárcel nos separe

WASHINGTON D.C..-  El mayor estafador de la historia, Bernard Madoff de 71 años, recibió ayer la condena más grave por un delito de fraude, 150 años de prisión. Hasta ahora, los estafadores por desvío de fondos o tráfico de intereses habían pagado con una condena entre 15 y 30 años, pero Madoff, en el delito y en la pena, ha batido récords para mostrar 'ejemplo'. También ha marcado otra diferencia. Aunque el fraude tuviera tintes de negocio familiar cuando salió a la luz, Madoff se queda finalmente solo ante el juez de Nueva York que le ha mandado con su traje a dormir a la cárcel. Ni su mujer ni sus hijos le han acompañado. Tampoco le han arropado.

MIKE SEGAR (REUTERS)

Una mujer ofrece a Madoff un manual de supervivencia en prisión a la salida del juicio.

Quedan ya en el pasado las mujeres de estafadores del grupo Bayou, Enron o WorldCom, que acompañaron a sus maridos cuando se descubrió el delito a pesar de haber estado más o menos al margen de sus negocios. También quedan atrás las Hillary Clinton, Elizabeth Edwards o Silda Spitzer, mujeres de políticos infieles que se mantuvieron junto a sus maridos una vez hecha pública su indecencia. Ruth, como Bernie, es un caso aparte. Ha vivido los últimos 49 años pegada a su marido e incluso llegó a ejercer de directora de la empresa. Otras despechadas vivían su vida aparte de la de sus hombres de negocios. Así tenía sentido que no supieran nada de lo que sus hombres se traían entre manos. Pero al contrario de lo que hicieron sus predecesoras, Ruth ha decidido poner tierra de por medio. Todavía sigue defendiendo que desconocía por completo los detalles del fraude —a pesar de haber trabajado para su marido—, y más allá de alguna visita a la cárcel, Ruth no ha asistido a ninguna de las comparecencias de su esposo ante el juez ni ha abierto la boca en relación con el caso.

Hasta ayer. "Me siento desolada y traicionada como todo el mundo", declaró en un comunicado. La esposa del condenado esperó hasta conocer la opinión del juez para mostrarse al margen de su marido. Ruth ha mantenido en todo momento que no tenía ni idea de los detalles del fraude, por lo que negoció con las autoridades hasta el último instante sobre los bienes de los que debía deshacerse por estar vinculados al esquema Ponzi que enriqueció a su marido. Así, de nada sirve a las víctimas saber que Ruth ha tenido que renunciar a algún que otro yate o el piso en Manhattan. Según el Wall Street Journal, Ruth renunció a 80 millones de dólares en bienes para quedarse 'sólo' con dos millones y medio.

¿Cuál es el precio que paga Ruth y qué le ha dejado tan destrozada?

Hace un par de semanas el New York Times contaba que a la mujer de Bernie le gustaba hacerse las mechas cada seis semanas. Ahora su peluquero de toda la vida no le admite en el establecimiento y ella lo entiende perfectamente. Ruth lleva el apellido de la vergüenza. Para el New York Post el problema radica en que, despojada de su reputación y obligada a abandonar el piso que compartió con su marido en la Gran Manzana y la casa de la playa en Palm Beach, nadie quiere alquilarle un piso. Ni siquiera con su apellido de soltera.

Pero Ruth no dice nada. No habla de que ya no es bienvenida en muchos círculos, tampoco de que no encuentra apartamento en su ciudad. Tampoco habla de sus hijos. Dos de ellos trabajaban en la empresa de su padre, pero desde que saltara a la palestra el fraude de Bernie en diciembre —Madoff les había reunido un día antes para explicarles cómo multiplicaba el dinero en sus manos— los abogados les han prohibido hablar con sus padres. Como escribía Lynnley Browning para el New York Times "ya no son papá y mamá. Son Bernie y Ruth".

(Reuters)

Ruth y el estafador.

La mujer de Madoff decidió romper ayer su silencio para separarse no sólo del apellido que puede que le persiga el resto de su vida, sino también de un crimen que, según defiende, le toca tan cerca como a los demás. Salvando, eso sí, los dos millones y medio de dólares que a ella le quedan y con los que otros estafados ni sueñan.

"Mi marido era la persona que nosotros (y ahí me incluyo yo) respetábamos y confiamos con nuestras vidas, muchas veces por muchos muchos años, así como la persona respetada en el mercado de valores", declaró Ruth en su comunicado. "Pero después está el otro hombre que nos sorprendió a todos con su confesión y que es responsable de esta situación en la que ahora se encuentran tantas personas." Se referiría después a la pesadilla de levantarse y ver que el mundo al que pertenecía ya no volvería más, de su simpatía por las víctimas y del rechazo a un fraude que ha afectado a muchos de sus amigos y familiares, también inversores del fondo Madoff.

Los bienes a los que ha renunciado la esposa de Madoff sirven para paliar la ruina de algunas víctimas, aunque los 80 millones de dólares que ha cedido pueden resultar ridículos comparados con el fraude obra de su marido, estimado como máximo en 65.000 millones de dólares (46.000 millones de euros). Mientras el estafador más odiado del momento se dirige sin remedio hacía una prisión, Ruth y sus hijos respiran tranquilos ya que no se enfrentan a ningún cargo penal. Eso no les garantiza, sin embargo, no haber entrado en una cárcel de por vida en el plano social.

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