Redacción Internacional.- La voluntad de renovación de Francis Ford Coppola en "Tetro" causa un resultado tan irregular que es difícil saber si se trata de un capricho de artista o la decadencia definitiva del genio que fue capaz de alumbrar obras maestras como "El padrino" o "Apocalypse Now".
La actriz española Maribel Verdú (d), el director estadounidense Francis Ford Coppola (c), y el actor estadounidense Aldin Ehrenreich (d), posan durante el pase gráfico de la película "Tetro" en la 'Quinzaine des realisateur' (quincena de los realizadores) de la 62ª edición del Festival de Cine de Cannes, el pasado mes de mayo. EFE/Archivo
Es difícil también interpretar el hecho de que Coppola asegure que por fin, con esta película rodada en Buenos Aires con Maribel Verdú, Carmen Maura y Vincent Gallo, hace el cine que quería hacer, pretendiendo descalificar películas suyas previas de calidad indiscutiblemente superior.
Con "Tetro", Coppola comete lo que parece el gran error del proyecto: vuelve a escribir sus propios guiones originales, después de haber adaptado de manera brillante a Mario Puzo, Bram Stoker y Joseph Conrad. Y para clasificar esta difícil película, hay que llegar a una conclusión por eliminación.
"Es como un genio pero sin genio", dice Maribel Verdú del personaje de Vincent Gallo, un escritor frustrado con perfil de maltratador psicológico a consecuencia de un trauma familiar.
Esa ausencia del maestro, esa sensación de película con brío de autoría pero cabeza creativa decapitada, es la misma que transmite "Tetro". Tiene la apariencia de una orfebrería a la que han extirpado el oro. Coppola se apasiona tanto con el proyecto que se neutraliza.
Quien tuvo retuvo, es cierto. Pero una película de apariencia formal magistral y contenido absolutamente desbocado crea una extraña sensación de contradicción en el espectador. Incluso de engaño. Bajo esa carrocería de arte, se esconde un motor que se cala una y otra vez, pero que nunca llega a arrancar.
Coppola cuida la estética, se llena de referentes -E.T.A. Hoffman, Michael Powell y Emeric Pressburger, entre muchos otros- y las agita con su propia experiencia familiar, pasada por el tamiz del melodrama operístico.
La saga de los Tetrocini queda bien lejos de la de los Corleone o de los James, y más cerca de los Coppola. Rivalidad artística, pero vínculo visceral. Son menos personajes y más folletinescos. Su presente es en blanco y negro y su pasado es en color. Sus vínculos son un borrón descolorido.
Por su parte, los intérpretes, sobre todo Maribel Verdú, Vincent Gallo, Klaus Maria Brandauer y la joven promesa Alden Ehrenreich, dan énfasis y cohesión a unos diálogos a veces convincentes, pero casi siempre forzados.
"Tetro" dura dos horas y cuarto y pide a gritos un nuevo montaje. Sus secuencias, algunas de ellas, funcionarían como piezas de videoarte yuxtapuestas, pero no como evolución dramática interconectada.
Hay atmósfera, hay belleza dentro de ellas, pero son como intrusas en un conjunto farragoso. Sorprenden al espectador, porque no combinan con la tónica general del filme. Porque "Tetro" es, en su mayor parte, un filme fallido.
Por Mateo Sancho Cardiel
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