Aguinaldos

No se pueden ustedes imaginar qué navidades tan tristes estoy pasando. No he recibido ni un aguinaldo en condiciones. Yo, que lo he sido todo en los ambientes pesebreros cuando estaba en las redacciones de los grandes diarios nacionales. Que en estas fechas tenía que pasarme por las redacciones con una furgoneta de mudanzas para poder cargar los regalos que me enviaban las televisiones, las productoras, las empresas de luz y sonido, las compañías discográficas. Que en los últimos días del año contaba las barras de lomo, las botellas de Malta y los jamones de jabugo por decenas. Que podía haber abierto una bodega con los excedentes de Vega Sicilia. Que recibía lo último en moda, albornoces de baño y complementos. Que podía haber montado un todo a cien con los presentes tecnológicos recibidos.

(REUTERS)

Me siento humillado. Este año sólo he recibido christmas. Sí, esas modestas tarjetitas que ya ni siquiera provienen de Artis Muti, sino de ONGs donde los famosos blanquean sus conciencias. Esas tarjetitas que ya no puedo ni siquiera colocar sobre la televisión, puesto que compré un modelo plano que me impide lucir mi solidaridad. Unas tarjetitas que, eso sí, me han hecho comprender la verdadera dimensión de la crisis que asuela el mundo civilizado.

Recuerdo cuando trabajaba en El País, y una puerta anexa al garaje nos transportaba a un bazar digno de las mil y una noches, donde los ordenadores portátiles y las bicicletas de montaña se acumulaban, perfectamente embalados en papel de regalo, con su lazo y todo. Y cuando pasé a El Mundo, y al llegar diciembre solía acercarme cada dos o tres horas por el estudio fotográfico de la calle Pradillo, convertido por unas semanas en bodega, para contemplar extasiado las pirámides de cajas de madera repletas de crianzas y reservas. ¡Qué tiempos aquellos en que las empresas llamaban a las redacciones para pedir las direcciones particulares de los periodistas, y éstos se las daban prestos, sabiendo que no era para quejarse por una información sino para mandarles a su casa, de manera discreta, una cesta del tamaño de un hipopótamo o una Mont Blanc de oro!

¡Y qué me dicen de los sobres! Esos artilugios de papel hábilmente plegados y engomados para poder albergar cartas. Esos contenedores que, en navidad y en determinados periódicos, no portan misivas sino talones con cifras de infinitos ceros. Talones que son el mejor aguinaldo posible, como bien saben los niños de todas las edades: "los reyes te han dejado dinero para que te compres lo que quieras", decían nuestros mayores. Dinerito contante y sonante, aguinaldo de lujo, que no se sabe muy bien de dónde sale, pero sí donde termina: en el bolsillo de los jefazos, la guardia pretoriana de directores.

En principio creí que la culpa de esta penuria, de este abandono, era sólo mía: haber abandonado un gran grupo de comunicación por una modesta empresa como Soitu.es era tanto como cambiar piscinas de Moët & Chandon por media docena de postales de cartón. "¡Dadnos un poco de tiempo, malandrines!", aullé al paso de un mensajero que dejó unas latas de caviar y un mágnum de Burdeos en el portal de un periodista de ABC que vive al lado. Poco a poco comprendí que las razones eran más complejas...

Una navidad sin aguinaldos es una mierda de navidad. Y lo es porque un mundo empresarial que no trata de comprar a los periodistas con prebendas es un mundo empresarial rácano, sin visión de futuro, sin iniciativa, condenado al fracaso. Los grandes grupos mediáticos lo han comprendido de inmediato. Y como siempre, se han mostrado generosos con sus vasallos. En El Mundo han querido tener un detalle con sus trabajadores, pese a las apreturas económicas, y les han regalado unas chanclas de goma, una gorra de propaganda y una bolsa de pelotas de golf, sin pelotas de golf. Con dos cojones. Del regalo que tiene previsto Cebrián para sus currantes, los de la huelga, no quiero ni hablar.