Telecirco

En un programa marcado por la clase y el glamour de Ana Rosa Quintana, vetusta presentadora recauchutada hasta límites infrahumanos, resultó emocionante la presencia de Jesús Fajardo, hombre lobo mexicano incluido en la plantilla del circo Royal. Fajardo padece hipertricosis, una enfermedad que hace crecer el vello por todo el cuerpo. Un mal muy parecido, para que ustedes se sitúen, al que sufría una de las estrellas del clásico dirigido por Tod Browning en 1932 'La parada de los monstruos': la mujer barbuda.

Ana Rosa y el hombre lobo.

Con la presencia de Fajardo en su programa, Ana Rosa realizó un nuevo y conmovedor alegato a favor de la diferencia. Invitó a uno de los suyos, un 'freak' de corte clásico, y regaló a los telespectadores doce minutos de televisión sincera, emocionante, solidaria. Las lágrimas surgían a borbotones de mis ojos, tengo que reconocerlo. Me sentía afortunado por haber sido testigo del nacimiento de una las parejas con más futuro en el mundo circense televisivo: el hombre lobo y la mujer reconstruida. Browning hubiera vendido su alma al diablo por poder contar con este dúo para la segunda parte de su 'Parada de los monstruos'.

Los trabajadores del programa de Ana Rosa no tienen la sensibilidad de Browning pero, eso sí, son unos cachondos. Cogieron al hombre lobo y lo metieron de golpe en el camerino de cada uno de los colaboradores. ¡Qué graciosos! Algunos se asustaron. El conde Lequio ni se levantó para darle la mano (o la zarpa). Uno le preguntó si era familia de Chewaka, otro que tendrían que depilarle antes de salir al programa. Un redactor incluso le exhibió por la calle, "en la época de la depilación láser", para deleite de paseantes morbosos.

¡Qué puñado de insensibles! Ana Rosa, sin embargo, estaba loca por sus huesos. Y por sus pelos. Se notaba la complicidad, el 'feeling' entre 'freaks'. ¿Imaginan que su relación se consolidara y formaran una pareja estable? Podríamos hasta soñar con que nos regalasen unos cachorros. Ya estoy viendo a los Navarro-Quintana correteando por los pasillos de la tele. Niños peludos desde las orejas hasta la planta de los pies, llenos de costurones quirúrgicos, dobleces en la piel y bultos del botox. Esperpentos. También puedo ver las colas en las taquillas de la nueva empresa creada por Paolo Vasile para combinar la grandeza de la tele y la magia de la carpa: Telecirco.

Antes de exhibir al hombre lobo dicen que venden un calendario solidario para levantar un centro para huérfanos en Guatemala. Después, algo sobre "Doce meses, doce causas". Y lo hacen con absoluta normalidad, tras haber utilizado a un hombre enfermo, a un personaje de circo. "Ha sido un placer tenerte en el programa. Es maravilloso como has positivado algo que puede ser un trauma", dice una Ana Rosa con los ojos haciéndole chiribitas, a modo de despedida.

Un motivo para no ver la televisión.

El libro de los hombres lobo.
Autor: Sabine Baring-Gould.
Editorial: Valdemar.

Mi primera idea fue recomendar 'El síndrome de Ambras', un magnífico libro lobuno escrito por Pilar Pedraza. Pero resulta que ya lo hice, allá por el mes de julio. ¿Otro título con seres peludos de largos colmillos como protagonistas? Ningún problema...

'El libro de los hombres lobo' de Sabine Baring-Gould es un clásico. Se trata de un estudio de la licantropía a través del tiempo, alejado de la moral o los preceptos religiosos. Un ensayo documentado que arranca con textos de Virgilio, Herédoto, Ovidio, se recrea en leyendas medievales, cuentos del Este, narraciones indias, folclore bretón, devoradores británicos... Decenas de historias fantásticas, y sus conexiones con otros seres inconmensurables (brujas, vampiros) y hasta enfermedades como la rabia, asociadas a los humanos lobunos y consideras por la inquisición como castigo divino.

'El libro de los hombres lobo', en la habitual edición exquisita de Valdemar (buen papel, buena encuadernación, tapa dura), no debería faltar en la biblioteca de ningún aficionado al terror y el género fantástico. Y para terminar, un vídeo inolvidable.