En África, son muchas las regiones que se han convertido en 'avisperos', casualmente todas ricas en minerales, como diamantes, coltán y demás recursos codiciados. Sin embargo, los casi cuatro millones de muertos que hubo sólo en la última guerra del Congo (considerada como la peor masacre de la historia después de Segunda Guerra Mundial) suenan con fuerza. Sólo el hecho de que el país haya cambiado varias veces de nombre —Congo, Congo Belga, Zaire y República Democrática del Congo— da cuenta de su inestabilidad. La última guerra abierta terminó hace menos de cinco años y hasta el mismísimo Che Guevara combatió en estas tierras allá por los años sesenta. Décadas de conflicto armado han criado a toda una generación —da igual hutus, tutsis o mai mai— en la violencia y en la miseria. Al horror de estas guerras, se han unido otros elementos: el alcohol y las drogas. La presencia de soldados que combaten bajo sus efectos ha aterrorizado más, si cabe, a la población y ha agravado el conflicto.
El Congo uno de los países con más niños soldado del mundo.
Además del poder de abstracción que contienen estas sustancias —se drogan para evadirse de la realidad y se evaden de la realidad y se olvidan de los crímenes que cometen porque se drogan—, el abuso del alcohol y los estupefacientes ha cobrado otra dimensión en los conflictos africanos que es, en palabras del periodista francés Philippe Chapleau —corresponsal en África durante muchos años— la de otorgar "poderes mágicos". Nos lo explican quienes han conocido estas guerras de cerca.
José Luis Garayoa, religioso y cooperante en África, fue secuestrado por los rebeldes de Sierra Leona al poco tiempo de estallar el conflicto en 1998 y desde hace unos años es testigo del intento de reconstrucción del país. De sus captores recuerda que "absolutamente todos estaban drogados y bebidos durante la mayor parte del tiempo". Además de para quitarse el miedo "dentro de la euforia del combate", la borrachera, mezclada con otras drogas, servía a los milicianos para sentirse "invencibles", al mismo tiempo que les hacía "inconscientes de la dimensión de sus actos". Así, explica Garayoa, los habitantes de Sierra Leona llegaron a tener tanto miedo a las fuerzas de liberación como a los rebeldes, ya que la situación de embriaguez acentuaba el peligro y la crueldad de los soldados de ambos bandos.
El fantasma de alcoholismo y la drogadicción ha reaparecido con fuerza en el conflicto más caliente que hay en el continente africano en estos momentos. Stephanie McCrummen, enviada especial de The Washington Post al Congo, contaba hace pocos días cómo los milicianos, que se pasaban todo el día "borrachos", disparaban hacia todas partes, aterrorizando a los civiles. Como ocurría en Sierra Leona hace unos años, la población civil del Congo vive hoy aterrorizada de los propios militares encargados de velar por su seguridad. ¿Lo peor? La mayor parte de los combatientes no tiene la suficiente madurez para comprender los crímenes que comete; la guerra es, para ellos, un juego macabro marcado por la venganza; y es que una gran parte de los soldados que luchan en el Congo son niños.
Un soldado congoleño fuma marihuana.
Según datos de Amnistía Internacional, la República Democrática del Congo es hoy uno de los países con mayor número de niños soldado del mundo. La mayoría son forzados a ir a la guerra a combatir en los puestos más peligrosos. "A menudo se los envía a las líneas de combate, donde se los obliga a ir en avanzadilla para detectar la presencia de tropas enemigas, hacer de guardaespaldas de sus jefes militares, o se los convierte en esclavos sexuales. Se utiliza asimismo tanto a niños como a niñas para transportar los pertrechos, el agua y los alimentos, o como cocineros", denuncia la organización en un informe que da cuenta de las prácticas más sangrientas que se ven obligados a llevar a cabo como "matar a miembros de sus propias familias, participar en actos sexuales y de canibalismo con los cadáveres de los enemigos muertos en los combates".
Volvemos a Philippe Chapleau. El periodista de Ouest France es también autor de 'Los niños soldado. ¿Víctimas o criminales de guerra?'. "Estoy convencido de que la droga en los conflictos africanos es, sobre todo, un problema de la infancia", señala cuando le preguntamos si los niños se drogan más que los soldados adultos.
Chapleau reconoce que el suministro de estupefacientes para "poner a punto" a los niños que tienen que combatir en África es bastante frecuente, aunque, en su opinión, "muchos lo hacen porque quieren". Esto se explicaría desde el hecho de que los menores reclutados por los actores armados provienen de una situación previa de marginación, así que la droga y la violencia no serían nuevos en su vida. Estos niños, según Chapleau, entrarían a las diferentes milicias "porque pueden conseguir comida y droga".
Pero el número de menores que son arrancados de sus familias y obligados a combatir crece por momentos y se incrementa cuando los conflictos alcanzan su punto álgido. "Los niños los robaban de las aldeas, los emborrachaban y les obligaban a combatir y esto lo he visto yo con mis propios ojos", sostiene el religioso José Luis Garayoa. A partir de ese momento, son sometidos a todo tipo de atrocidades para demostrar su fidelidad al grupo, como volver a su aldea y matar a su familia después de "inyectarles cocaína en el cerebro" para que la droga actúe más rápido.
Una ex niña soldado trabaja un centro para niños en el Congo.
Chema Caballero, misionero javeriano también en Sierra Leona, contaba en una entrevista que, antes de los combates, "los niños consumían alcohol y todo tipo de drogas: pastillas, yamba, la marihuana, o les inyectaban cocaína en las venas o en las sienes". Los testimonios coinciden. A muchos menores les inyectan la droga en la cara, sienes, e incluso en heridas en la cabeza para que la droga actúe más rápido. También son sometidos a rituales mágicos "para convencerlos de que las balas del enemigo no les tocarán", los "poderes mágicos" de los que habla Chapleau, que hacen que, en ocasiones, ni siquiera sean conscientes de que están heridos.
Claro que, según el periodista francés, hay una razón fundamental que lleva a los militares a proporcionar droga a los niños: hacer que se vuelvan tan dependientes del grupo como de la droga. "Así pueden manipularlos mejor y, si no combaten, les amenazan con quitarles la droga", señala.
La voz de Ishmael Beah, un ex niño soldado de Sierra Leona, se ha convertido en un altavoz de la compleja problemática de los actores bélicos en África. "La droga te aturde las emociones", ha explicado este joven después de enumerar las sustancias que llegó a consumir mientras estaba en combate: "Marihuana, alcohol, pastillas, cocaína, heroína y una mezcla de cocaína con pólvora o heroína con pólvora". Beah, totalmente rehabilitado hoy en día, opina que "cuando el crimen se convierte en parte de tu vida diaria, te insensibilizas. Y si además te drogas, se te apagan las emociones".
Hace tiempo Democracy Now comenzó a denunciar cómo "las drogas y el alcohol juegan un papel cada vez más importante en crímenes militares". La organización advierte que los cargos relacionados con el consumo de estas sustancias representan hoy en día más de un tercio de todos los procesos penales abiertos contra los soldados extranjeros que combaten en Irak y Afganistán.
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