Una mierda de ciudad muy auténtica

Uno dice 'Marsella' y le viene a la cabeza una idea glamorosa de la capital de la Provence... pero no es la elegancia lo que la distingue.

kafeole (Flickr)

El famoso puerto de Marsella.

Cuando dije a mis amigos que iría allí para tomar un curso intensivo de Francés, algunos me miraban con lástima, otros, menos discretos, preguntaban con insistencia qué por qué Marsella y no otro lugar. Decían que allí se habla francés con un acento muy fuerte y que hay que tener cuidado con los carteristas. "Cómo en toda ciudad turística", opina uno.

Y entonces, llegas a Marsella y ves a la familia francesa con la olla del almuerzo sentada en la orilla del mar. En ese puerto, con olor a sal y a agua sucia, los buses están llenos de competiciones de música con los móviles. La idea es escuchar música (algo parecido al regetón, pero en francés) lo más alto que se pueda y que alguien se suba y haga lo mismo con su teléfono. Durante el concierto, puede que los dueños de los teléfonos contesten un par de llamadas o hablen con su vecino de silla en tono alto y disonante… ¡Pas de Glamour!

Si el bus hace la ruta de la playa, debes lidiar también con asientos mojados, mucha arena y gente hasta en pijama. Aquí la pinta es lo de menos y se cae el mito de la distinción francesa.

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Libertinus (Flickr)

La basura y, lamentablemente, muchas personas viviendo en la calle son una constante. Pero también lo son los atardeceres multicolores y la gente dulce y amable que te ayuda a conseguir direcciones o que te regala, si lo has olvidado, el jabón en esas lavanderías que funcionan con moneditas. Aunque suene a cliché, lo que mejor de Marsella es su gente: abierta, espontánea y solidaria.

Esos mismos que te atienden con una sonrisa, pero que no quieren a su ciudad y por eso la llenan de basura y te hablan mal de ella. Cualquiera que viva aquí te dice que es una mierda, sin titubear y sin asomo de pudor. El reciclaje es cosa nueva y están habituados a convivir con muchos inmigrantes, así que es un lugar multicolor. Una torre de babel desordenada cerca del mar.

Ahí tienes un locutorio en cada esquina del centro y el barrio Cours Julien. Un Lavapiés en miniatura. Se habla de todo, pero se aprende francés porque la gente te habla con facilidad.

Tras un mes allí, comprendes que la imagen elegante de la Provence es gracias a Aix-en-Provence, una ciudad millonaria que queda a media hora de Marsella y donde la elite se pasea en coches lujosos, en medio de la maraña de turistas que gastan sin control en las tiendas costosas, que son como sus monumentos. Así no es Marsella: cuando llegas, puedes comer en un restaurante de kebab justo al lado del barrio rojo. Cenas al lado de putas, marineros, extranjeros y cuenteros… Sí, eso da cuenta de otro país que no parece Francia, o por lo menos de esa que nos han vendido

Esta impresión se reafirma cuando tomas el tren de regreso a una ciudad como Poitiers. El cambio se nota de inmediato. Tal vez por el silencio que se posa con firmeza, o porque aquí nadie canta en el tren.

Consejo: Estate atento, porque en Marsella el metro sólo circula hasta las 10:30 de la noche y el bus nocturno sólo pasa hasta las 12.