HAMPI (LA INDIA).- Enclavado en un rincón paradisiaco del sur de la India, existe un precioso paraje de tradiciones ancestrales, mansa naturaleza y templos antiquísimos. Todo ello impregnado de una mágica atmósfera donde el tiempo parece haberse detenido. Se trata de 'Hampi', como se conoce popularmente a Vijayanagara.
Fue hace más de 14 siglos cuando esta pequeña ciudad, Vijayanagar, disfrutó de su máximo esplendor siendo la capital de uno de los imperios hindúes más poderosos de la historia. Comerciantes de especies y algodón mantuvieron su poder durante algunos siglos después hasta que la ciudad fue saqueada por el Sultanato del Deccan, creando una región hoy considerada Patrimonio de la Humanidad.
En la actualidad se ha convertido en un espacio tranquilo, donde renace la inocencia de tiempos pasados y sus habitantes, extremadamente acogedores, te hacen sentir como en casa, tanto que no darías abasto aceptando invitaciones para ir a visitar sus modestos hogares. Siempre es agradable tomarse un chai (té) con quien lo ofrece e intercambiar unas palabras o algunos gestos, ya que muchos de ellos sólo hablan la lengua local, el Kannada.
Hampi es un paraíso para mochileros y viajeros de distintos lugares del mundo y centro de peregrinación para los habitantes hindúes. La aldea está dominada por el templo principal Virupaksha, de unos 50 metros de altura. Se puede vislumbrar casi desde cualquier punto de la ciudad y guarda en sus entrañas el secreto de la imagen estenopeica. El río Tundra es la columna vertebral de la pequeña urbe, atractivo enclave para observar cómo las gentes locales se bañan, lavan la ropa o simplemente se divierten en el agua y, donde cada mañana y cada atardecer bañan al elefante sagrado del templo principal, un momento refrescante y divertido que te llama a tirarte al agua y frotarle la trompa.
Ambas partes del río son similares en su paisaje y distintas en su ambiente.
El bazar central es una calle ancha y alegre repleta de pequeños restaurantes y vistosos puestos de artesanía, vestidos, joyerías de plata y bonitas piedras traídas del Rajastán, y otros quioscos donde comprar incienso, bisutería y ropa elaborados por aldeanos tribales de los pueblos cercanos, además de 'kits' religiosos para las pujas (ofrendas religiosas) que se celebran en el templo casi de forma continuada. Tanto indios como forasteros se reencuentran en esta calle del pueblo, unos van a cumplir promesas, otros de turismo, siempre en constante movimiento.
Adyacentes a la calle principal y escondidas en diminutas callejuelas se pueden encontrar 'guest-houses' o alojamientos extraordinariamente baratos, aunque no demasiado pulcros, para pasar la noche. No hay dificultad para encontrar dichos establecimientos, ya que los propios nativos los ofrecen a la llegada y uno siempre puede elegir el que más se ajuste a sus necesidades. Resulta igualmente fácil alquilar un rickshaw, moto o bicicleta para ir a visitar los centenares de templos hindúes dispersos por todo el territorio.
Aunque para los extranjeros Hampi sea un lugar de relajación y disfrute para todos los sentidos, para los nativos resulta un lugar de respeto y culto. En épocas de vacaciones y festivales religiosos, el lugar se puede llegar a colapsar entre peregrinos, visitantes, lugareños, procesiones y un largo etcétera. Sin embargo, ésta puede ser una magnífica ocasión para empaparse plenamente de todo su esplendor.
Se puede cruzar al otro lado del río por dos puntos. El principal está al final del bazar central, donde hay unos amplios ghats o escaleras que bajan al río. Una pequeña barca de madera con motor nos transporta a la zona más tranquila de la región. En este lado hay un par de tiendecitas para cubrir las necesidades básicas, 'guest houses' y unos interminables campos de arroz salpicados de verdes palmeras y bananeros que quitan el aliento. La calma, el respeto por la naturaleza y el buen rollo se encuentran por el camino. Hay un ritmo dulce y pausado que no permite moverse con prisa. En este lado del río también existen innumerables templos entre los que destaca el Templo de los Monos, o Hanuman Temple, desde donde se puede disfrutar de una exquisita puesta de sol. Es al atardecer cuando los campos de arroz se convierten en frondosas alfombras de esmeralda, las palmeras en elegantes bailarinas, las rocas en gigantes caramelos de café y el río en un hilo de plata que decora todo el escenario. Es… espectacular.
El otro punto para cruzar el río se encuentra de camino al Templo de Vittala o de las columnas musicales, el segundo templo más llamativo, de visita obligada y cara (la entrada cuesta 5 euros, precio desorbitado en esta zona de la India). En este caso, son unas graciosas barcas redondas hechas de ramas de bambú, tela de saco y mezcla asfáltica en las que no parece que se vaya a sobrevivir en el traspaso. A pesar de ello, se sobrevive e incluso se disfruta de un trayecto mucho más agradable y silencioso.
Aparte de estas divinas visitas, aquí también se puede escalar (es un destino favorito para amantes de este deporte), pescar, comer bien y nadar tanto en la parte alta del río como en la presa que hay al otro lado. Aunque la mejor actividad es practicar el 'hamaquing': dejarse mecer al son del viento.
Un mínimo de tres días es lo recomendable para descubrir este pequeño y mágico universo y llenarse el cuerpo de placer.
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