ESTAMBUL (TURQUIA).- Este post, qué lástima, no va de sexo, pese a llevar la palabra en el titular. Tampoco el desgastadísimo término 'pasión turca' copará el protagonismo de estas líneas.
Las nuevas habitantes de Estambul.
El propósito de este 'Sexo en Estambul' es diferente, va más allá, en efecto, de los flechazos furtivos en una tienda de alfombras. El objetivo es alumbrar a un nuevo colectivo de ciudadanas, con poder reciente dentro de la jerarquía faunística de la ciudad. Mujeres que, por sus hábitos y ropajes, no desentonarían en una adaptación local de 'Sex and the City', 'Sexo en Nueva York', suplantando a las Miranda Hobbes, Charlotte York, Samantha Jones o la equina Carrie Bradshaw.
Vale que Estambul no es el templo de lo cosmopolita, pero —siempre un oasis dentro de Turquía— tiene un circuito consolidado de tiendas caras, de exhibiciones ostentosas, de estolas de seda sacadas de paseo, de taconazos rozando el anciano empedrado y de broches despampanantes. En ocasiones, es verdad, se alcanza el paroxismo, se enarbola una modernidad confundida y sobrevienen contratiempos: como ver aparecer por las inmediaciones de Beşiktaş, en cercanía al palacio Dolmabahçe, por las espaldas de Taksim, a mujeres sobrecargadas con bolsos metalizados y botas de piel de potro, con ocurrencias obscenas como tatuarse las cejas o salir de casa con un exceso notable de tratado facial. Van a platós de televisión, a edificios de oficinas o a bufetes de abogados.
En verano es común que se agrupen, cual congreso nacional, en Bodrum, ciudad portuaria y calurosa frente a las islas griegas que acoge en esta estación a un reguero de celebrities nacionales. Bodrum, provincia de Muğla, ha experimentado una evolución idéntica a la de Torremolinos o Benidorm. Hasta los años 70 fue una tranquila posada de pescadores. A partir de entonces se desencadenó un intenso boom turístico. Y en la actualidad, en la resaca de la explosión, las lipoplastias, las inyecciones de colágeno, la supresión de la adiposidad abdominal o el levantamiento de senos polarizan las charlas entre vecinas. Aquí, y advirtiendo que estamos ante una minoría social, no hay ni rastro del debate a propósito del türban y otros velos coránicos.
Dejando Bodrum y regresando a Estambul, Beşiktaş (reducto de la izquierda) acoge algunas perlas mínimas que refutan por completo la idea de que la urbe más importante de Turquía es un estanque de corrientes anquilosadas. En esta área, más allá del insustancial Inönü Stadyumu —el campo del equipo de fútbol del distrito, con una tienda fantástica que incluye lencería con motivos balompédicos— sobresalen mezquitas donde la figura del imán de otros tiempos se reemplaza por los hijos de éste, perfectamente equipados de pies a cabeza con zapatos Gucci y gafas Versace, con apariencia de haber cesado en sus servicios de broker para convertirse en relaciones públicas de Mahoma a las puertas del salón de oración.
Con todo, las mezquitas no son el lugar favorito de estas mujeres rutilantes y algo vanidosas, candidatas a protagonizar el 'Sexo en Estambul' de las sobremesas turcas. Ellas circulan desprendidas de toda rutina religiosa, quizás porque las mezquitas les reservan un lugar periférico —tras los parabanes esquinados— alejándolas del protagonismo que merecen. Al norte de Beşiktaş, la tonalidad glamurosa se incrementa. Aparece el barrio de Levent, corazón financiero y emplazamiento oculto al trasiego turístico. Todavía más al norte se levanta Maslak, paisaje exento de bucolismo, línea unida por puntos en forma de vanguardistas rascacielos que perturban hasta el extremo de llegar a dudar que la del Gran Bazar y ésta sean la misma ciudad. En la parte asiática, todavía más apartada del circuito turístico, el noctámbulo Kadıköy o la inmensa avenida Bağdat seducen a quienes padecen de shopping.
Así, con todo esto, si Annie Leibovitz sufriera un breve desvarío y se quedase a vivir en Estambul, su potencial laboral en ningún caso menguaría. Tampoco las neuróticas abogadas, las amas de casa pijas o las escritoras promiscuas y paranoicas de Sex and the City se sentirían extrañas. Si acaso, echarían de menos una edición vernácula de Vogue (la masculina Esquire, por el contrario, sí tiene ya su edición turca, como sucede con el site británico de tendencias The Cool Hunter). Nuestras estrellas neoyorquinas también quedarían absortas ante contrastes deliciosos como la presencia, en vías de lujo y frente a tiendas carísimas, de pancartas de publicidad religiosa sufragada por el gobierno municipal. Algunos anuncios endosan sentencias fatales como "Mañana no, hoy" ("Yarin Değil, bugün"), apelando al rezo diario, en versión exagerada de nuestro cariñoso "no te acuerdes de Santa Rita sólo cuando truena".
Éste, pues, es el rostro del Estambul más luminoso y trajeado, ideológicamente concentrado, físicamente diseminado. En las antípodas del ultraislámico barrio de Fener (hasta hace poco tan judío como griego). Es un Estambul progresista en sus modos, más femenino de lo habitual, no necesariamente exento del türban aunque poco religioso por lo general, que incomunica a las damas asoladas por el chador (versión anterior al burka). Las del chador, en este microcosmos, son vistas como los mimos uniformados de las Ramblas barcelonesas. Sólo criaturas excéntricas.
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