El hombre es bastante difícil de llevar al matadero, porque es caprichoso y poco inteligente. Lo sé hace ya tiempo. No hay manera. Me costaba creerlo, pero ahora entiendo eso que aseguran con tanto ahínco los grandes chefs: no sólo es necesario el dinero para comprar bien, son imprescindibles los buenos contactos, estar en el momento y a la hora precisa, no demorarse un segundo y actuar diligentemente. Savoir faire.
Conozco quien ha cocinado y comido hombres, pero lo que desearía probar fervientemente es una mujer. Aunque a decir verdad, me daría igual uno que otro. Debe ser puro gozo. Espero no te asustes, tengas paciencia y hagas de tripas corazón si esto que lees no te hace ninguna gracia. No intentes juzgarme por este deseo, pues son más amables otros muchos que almaceno. Sólo pretendo compartir contigo un irrefrenable deseo de comerme a un semejante para dar así sosiego a un capricho que cuanto más tarda en complacerse, embrutece a un caníbal que, sin lugar a dudas, debe habitar nuestras entrañas.
Aunque lo niegues, todos hemos deseado comernos a un semejante en algún momento. Unos por curiosidad, otros por morbo, por hartazgo, amor o pura gourmandise. Vete tú a saber qué rarezas escondes. Variados son los colores.
Lo que sí puedo contarte son las distintas formas de descuartizar y comer un ser humano. Ahora mismo, sin mucho esfuerzo, te puedo proponer tres.
En primer lugar, tras colgarse por el talón de un gancho, podrá partirse en seis pedazos: cabeza, brazos, tronco, caderas, muslos y piernas (incluyendo, claro está, melosos pies y manos gelatinosas).
También sé que hay escuelas que aconsejan trocear en ocho, ya que gustan de separar el cuello de la cabeza y las rodillas de las piernas, con su melosa y suculenta rótula recubierta de sabrosa carne roja repleta de colágeno pringoso, de ese que permite cortar con cuchillo el caldo frío.
Y el tercer método es más violento, a la vez que menos civilizado, muy poco recomendable y poco práctico. Consiste en comerse al individuo entero, sin más, a mordiscos pausados, zampar un día hasta hartarse y meter lo que quede en una bolsa al vacío en la nevera y sacarlo al otro día para seguir con el festín. Como comerse un pastel de crema, un trozo de queso o el fiambre que celosamente guardamos en una cajita provista de tapa hermética.
Es evidente que esta última manera es más incómoda, por no decir imposible. Pero añade una pizca de humor y desconcierto al desasosiego que amordaza tu estómago. No lo dudes, hablo en serio. Si pudiera, te comería lentamente.
Hace tiempo leí en la prensa que habían encontrado en la Place des Vosgues de París, el cuerpo de un escritor de éxito retirado, doblado en una bolsa de lino y oculto en un viejo mostrador de la antigua panadería de Luc Manon. Era un tipo grueso con fantásticos tobillos, dorada grasa y un aspecto rollizo irresistible. La prensa no se detuvo en los detalles en que se halló el cuerpo, pero como me conozco el asunto y sé que en Francia también hay mucho aficionado, me aposté el pescuezo con el otro glotonio a que ese tesoro lo habían mordisqueado. Se lo comieron a medias porque estaba entrado en años y quienes quisieron darse tal festín terminaron hartos y aburridos de tanto masticar. Lo sabré yo.
Los ojos, por ejemplo, que son lo más exquisito cuando la persona es joven, se endurecen y malogran y ya no vale la pena comerlos más que escaldados y escabechados con muchas hierbas aromáticas, pimienta en grano, enebro, aceite sevillano de oliva virgen extra y vinagre de yema de Jerez, para matarles ese regusto amargo. Algunos añaden picante.
Algún día podré emitir mi propio juicio. Eso seguro. Mientras tanto, cuídate de seguir leyendo Glotonia, no vaya a ser que como ocurre en las historias más espeluznantes, ansíes terminar sentado a nuestra mesa con la servilleta anudada al cuello. La duda, la inquietud y el miedo son buen alimento de la curiosidad.
Quién sabe si rebañarás tu ración, o peor, comerás lo que otros no somos capaces de terminar, esos restos tan sabrosos que no dejarás marchar a la cocina. Algún día acabarás vendiendo tu alma al diablo, me apuesto el postre.
Mientras, acompaña el steak con patatas fritas, ensalada y una cerveza bien helada.
Amen (The End).
Si no lo hiciste, puedes leer acá la primera parte.
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David de Jorge y Hasier Etxeberria, autores del libro "Porca Memoria" (Ed. RBA), publican y guardan aquí sus inspiraciones gastroliterarias. O algo así.
¿Puedo donar mi cuerpo a Glotonia? jajajaja Puede que sea mi último deseo en vida, sé que os hará felices... jajaaj +
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