Colocamos los huevos en el fondo de un cazo y cubrimos con abundante agua fría, añadiendo un buen puñado de sal gorda. Lo hacemos así para que no se rajen los huevos si los sumergimos en agua y ¡catacloc!, se estrellan contra el fondo.
Arrimamos a fuego medio y cuando surja el hervor continuado, suave, contamos 10 minutos de reloj. Ni uno más ni uno menos. Los escurrimos con cuidado y los colocamos debajo del chorro de agua fría, para que se refresquen rápido.
Cuando no se pueden pelar, una vez cocidos y se rompen fácilmente, es porque hemos añadido poca sal. Si los cocemos demasiado, la yema suele ponerse verdosa. Así que a pillarles el punto y a cocer huevos a destajo.
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