Málaga dulce

MÁLAGA.-  Un aerolito descomunal, cincuenta veces el tamaño del que exterminó a los dinosaurios, se aproxima a la Tierra. No hay forma de pararlo. Hora incierta hasta ayer y hoy plazo fijo. Antes de impactar descargará sobre el planeta una lluvia de piedras más pequeñas: todas hieren. Tras el impacto se extinguirá la vida.

Jesús Domínguez (EFE)

El director de '3 Días', Francisco Javier Gutiérrez, recoge la Biznaga de Oro a la Mejor Película.

Este Apocalipsis en la pantalla de los televisores y en las ondas de radio –no hay ordenadores (Internet), no hay teléfonos móviles: el de '3 días' es un presente incierto- se aprehenderá mediante un discurso oscuro, lento, opresivo (pocos actores, la sensación de que cada estancia encierra un peligro, cuando el peligro es otro), que sólo de pasada –la espiritualidad cara a Tarkovski que buscan sus personajes en 'Stalker' y que la sociedad no necesita- alude a una posible salvación escatológica: la escena con el cura y los feligreses desagradecidos. Un 'Solo ante el peligro' del que el protagonista se ha ausentado, aunque todo sucederá en su nombre. Para los personajes de '3 días' Dios no existe. Y en el plano terreno Salvador y señora regresarán –no regresarán- cuando el desastre se haya consumado. Cuando ya no haya nada que salvar. Porque ésa es la propuesta de '3 días'. Ese preguntarse para qué corren las hormigas, justo antes de pisarlas. Sólo que las hormigas no lo saben. El hombre sí. ¿Para qué corre el hombre, condenado? El individuo, según va saliendo de fábrica; la especie, como mucho, a corto plazo. Ese agitarse que nos rescata de lo inevitable mientras llega, y en el que cada uno vence a lo inevitable, mientras vive. Eso que ya lo inevitable jamás podrá quitarnos. Como se niega 'El Soro' a que lo inevitable le arrebate la venganza.

Con el premio (la Biznaga de Oro) a '3 días' el Festival de Málaga da un golpe de timón, el que habrá de dar nuestro cine si no quiere acabar encallado en los bajíos de la inoperancia, lo que es mucho menos vistoso que estrellarse contra las rocas de la pereza mental o de la incomprensión. Honra sin barcos.