La resistencia a los antibióticos llega a las aves del Ártico

MADRID.-  Investigadores suecos participantes en una expedición polar han encontrado bacterias resistentes a los antibióticos en aves del Ártico. El ser humano no sólo cambia la faz del planeta, sino también el reino de los microbios.

La ruta del rompehielos Oden.

Vivimos bombardeados por anuncios que nos instan a no abusar de los antibióticos. Las razones las sabemos de memoria: atiborrándonos de medicamentos, contribuimos a que los microbios se acostumbren a su acción letal y desarrollen inmunidad contra esas sustancias. De no cambiar de hábito, un día nos desayunaremos con que nuestro preciado arsenal médico no sirve de nada, y nos veremos expuestos al albur de morir por una infección que hoy apenas nos supondría dos días de cama, o a arrastrar de por vida enfermedades venéreas incurables, como sucedía antes de la era de la penicilina.

Poco a poco, la amenaza va tomando forma. No transcurre mucho tiempo sin que un hospital anuncie que otro patógeno se ha tornado invulnerable a los fármacos habituales. Pero eso no ocurre sólo en los centros médicos: los microbios resistentes se han desparramado por el mundo. Lo confirma un hallazgo producido en aves del Ártico.

La voz de alarma la han dado los investigadores suecos que analizaron los pájaros capturados en la tundra de Siberia, Alaska y Groenlandia, por los miembros de la expedición Beringia 2005. Los biólogos del laboratorio a bordo del rompehielos Oden, se quedaron a cuadros: la existencia de aves portadoras de bacterias resistentes a los antibióticos en las regiones templadas del planeta era cosa sabida; pero nadie esperaba toparse con algo semejante en pájaros que viven confinados en el Ártico.

Para los expertos la conclusión es obvia: «La resistencia a los antibióticos se ha vuelto un fenómeno global y no hay lugar de la Tierra, salvo quizás la Antártida, libre de ellas», ha sentenciado Bjorn Olsen, un infectólogo de la Universidad sueca de Uppsala.

¿Y cómo llegaron esos microbios al Ártico?, cabría preguntarse. Muy fácil: se los pasaron los pájaros unos a los otros. Los transmisores más eficaces son las aves migratorias, capaces de cruzar varios continentes en sus periplos anuales. Posiblemente, las bacterias llegaron al Ártico viajando de polizones dentro de aves que atravesaron el Sudeste asiático, se conjetura en el artículo publicado en la revista 'Emerging Infectious Diseases'. Dicha región tiene fama de ser un caldo de cultivo de bacterias resistentes.

¿Por qué? Porque allí se hacinan multitudes de pollos en gigantescos criaderos. Para evitar brotes de patologías contagiosas –susceptibles de causar una mortandad fulminante en semejante promiscuidad– los encargados les administran rutinariamente cantidades ingentes de antibióticos. Lo mismo ocurre en las granjas avícolas, vacunas y porcinas de la Unión Europea, sujetas a las exigencias de la ganadería intensiva.

Detergentes y juguetes

A estas prácticas se añade ahora la moda de los jabones, detergentes, lavavajillas... con "antibacterias". Lo denuncia Antonio de Vicente Moreno, microbiólogo de la Universidad de Málaga: «La incorporación a productos de limpieza, juguetes, colchones o cubiertos de cloruro de benzalconio y compuestos de amonio cuaternario, activos frente a todo tipo de bacterias, patógenas o no, nos llevará inexorablemente a seleccionar poblaciones bacterianas resistentes a esos productos».

El ser humano no sólo ha cambiado la faz del planeta, sino también el reino de los microbios. Afortunadamente, los científicos no cejan en diseñar antibióticos cada vez más potentes, en el marco de la carrera interminable entre la Humanidad y los microorganismos. Pero esos encomiables esfuerzos no eliminan la posibilidad que, en un momento dado, las bacterias nos adelanten varios cuerpos. ¡Fleming no lo quiera!