Después de vivir el desenlace de una Eurocopa en la que sólo creían unos pocos locos y que ha acabado eliminando a todos cualquier atisbo de cordura, comienza el verano futbolístico en nuestro país y en el continente en general.
A partir de ya, rumores, portadas, culebrones, cifras y debates formarán parte de la actualidad de nuestro balompié. Estos dos meses son los de temporada alta para los directores deportivos de los clubes, una profesión deseada por muchos, incluso por el que escribe: máxima comodidad, buen sueldo, y, sobre todo, permiso para gastarte mucho dinero que no es tuyo, en los jugadores que tú quieras. Lo dicho, un chollo.
Capítulo aparte merece la prensa deportiva en estos meses. Con unos medios centrados casi en su totalidad en el fútbol, cosa que me parece lógica y justa, se corre el riesgo de perder el equilibrio cuando el balompié descansa. Los periódicos no tienen ahora ningún paréntesis, y deben de seguir saliendo todos los días. Por eso, la avalancha de nombres, rumores e informaciones sobre reuniones secretas y operaciones revolucionarias aparecerá cada jornada. Es una potenciación masiva y máxima de lo que el resto del año es el recurso a la falta de noticia.
Pero volvamos a los fichajes. La profesión de director deportivo es muy deseada, pero su trabajo y sus consecuencias son transparentes. En cierto modo, puede ir casi a la par que la del entrenador: si no se gana, se ha hecho mal, si se vence, te quedas otro año. Así de sencillo y de complicado a la vez. La importancia del trabajo de este apartado técnico es primordial, clave, necesaria en cualquier club que se precie. Porque deciden cuál va a ser la materia prima de la empresa, sus trabajadores: los jugadores. De ellos dependen las acciones de los dirigentes, los bolsillos de su presidente y las emociones de sus hinchas. Por eso, el nivel de eficacia que tengan sus decisiones es importante.
El año pasado, por ejemplo, se dijo constantemente y con toda la razón que el Atlético de Madrid tenía muy buenos jugadores en su plantilla, pero que ésta estaba descompensada. Sabiendo esto, la mayoría de dardos se dirigían a Javier Aguirre: craso error. La responsabilidad de esa descompensación de plantilla es en gran parte de su director deportivo, que no supo elegir lo que necesitaba su equipo. Quizá los fichajes de Eller, Reyes, Zé Castro o Abbiati no son motivo de orgullo. Esto prueba la importancia suprema de la competencia, experiencia y conocimiento de un puesto de esas características.
Por lo tanto, es su turno, señores directores deportivos. Tienen un puesto deseado por millones de futboleros, ya que si hay 45 millones de seleccionadores nacionales, seguramente también exista el mismo número de aficionados que saben lo que necesita su equipo, a qué jugadores traería, de qué forma jugaría y por quién pagarían una millonada. Por lo tanto, aprovéchenlo, y sean consecuentes de sus actos. Porque de su actuación en verano depende gran parte de los posibles éxitos conseguidos en el invierno.
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