El contraataque es, sin duda, la más bella de las suertes futbolísticas, prácticamente la única en la que la afición del equipo que recibe el gol casi siempre está más preso de la admiración por la jugada que de la frustración por el tanto recibido. Holanda dio una lección de contragolpe en su partido ante Italia de la que se puede sacar una lectura interesante: la inevitabilidad. Los que vimos arrancar las contras del segundo y tercer gol supimos como terminaría la jugada desde que el balón salió del área holandesa. Pero ¿qué hace del contraataque un espectáculo tan espléndido?
Snejder pone la guinda a una jugada perfecta (EFE)
- El pensamiento colectivo: cuando un equipo defiende una jugada de peligro e inicia el contragolpe por un breve instante los once jugadores comparten un pensamiento común: llevar el balón a la portería contraria. En un juego tan estratégico como el fútbol contemporáneo, donde los entrenadores no dejan nada al azar, el contraataque es una rebelión colectiva ante el sistema, no hay cabida para la horizontalidad, la conservación de la pelota, la pérdida de tiempo o la contemporización. El balón tiene que terminar en gol lo antes posible y en ese momento absolutamente todo el equipo piensa en esa dirección.
- El drama: no hay contraataque sin ataque, y en el caso del partido Holanda-Italia esos ataques de los azzurri fueron casi cantados como gol. Primero un remate italiano en un córner que está prácticamente dentro; Gio se olía aquel disparo la saca cuando la mitad del estadio levantaba los brazos. Apostaría que, exceptuando Buffon, la selección italiana al completo ocupaba su cerebro con pensamientos que van desde el ¡uy! hasta el ¿no entró? Poco, apenas un segundo, tal vez menos, lo suficiente para que al levantar la cabeza tres estiletes naranjas ya cerquen el área transalpina. Después un tiro de falta que saca volando Van der Sar, diez jugadores que miran hacia arriba desesperados o se agarran la cabeza, un segundo, tal vez menos, lo justo para que la marea naranja ahogue de nuevo a Buffon. El castigo inhumano, un gol a cambio de un segundo de desesperación, que crueldad no permitir ni siquiera un "¡ay!" a los atacantes.
- El portento físico: raro es el contragolpe que no tiene como bandera a un defensa, esos intrusos en el área contraria. Por dos veces por la cabeza de Gio pasó un "esta es la mía", algo que ocurre pocas veces a los que juegan siempre del medio campo hacia atrás. Sabiéndose en una oportunidad única el defensa se siente estandarte de una carga de la caballería y lanza un rugido en carrera hacia el área rival: ahora o nunca, y los compañeros saben que ese es el momento al ver a una muralla desentenderse de la defensa para lanzar un ataque brutal. Los que observamos el partido asistimos atónitos a una carrera inmensa que termina con una asistencia perfecta o un gol impecable. Lo más cercano a un superhombre en el terreno de juego.
- El baile en perspectiva: los que alguna vez hemos jugado aunque sea una pachanga sabemos que a ras de césped es casi imposible ver donde están todos los demás compañeros. Algunos, Laudrup, Guardiola, Guti, han hecho del rabillo del ojo una virtud incomparable, pero son los menos. En un contragolpe visto desde arriba los jugadores que contraatacan se abren en abanico como en un baile perfectamente orquestado, es uno de los pocos momentos en los que los diez jugadores de campo corren a la vez, incluso los que saben que no participarán en la jugada final. Ese ballet inesperado desencaja al equipo rival que se encuentra acosado por movimientos al unísono y desde arriba se observa cómo los que llevan el contragolpe actúan de memoria, sin mirar apenas, como ocurre en un espectáculo de danza. El gol es simplemente el movimiento final, la única conclusión posible.
Alberto Haj-Saleh (editor de Libro de Notas)
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